"Cuando un hijo se nos va" por Antonio Ricóveri
- Janin Ricoveri
- 28 ene 2019
- 3 Min. de lectura
Quiero darle inicio a estas historias con un escrito que hizo mi papá para una columna de opinión de un diario en el que trabaja. Dándole publicación justo una semana después de haberme ido de Venezuela.

Prosa inicial:
“Cuando un hijo se nos va / el dolor se hace presente / se nos nubla la mirada y nos cuesta respirar. / La tristeza nos circunda / nubes negras aparecen / nos invade un gran pesar.
Cuando un hijo se nos va / deja una huella profunda que nadie puede borrar / y un vacío tan inmenso que nadie puede ocupar. / Pues cada hijo tiene su espacio / desde que llega al hogar / que nada suple o suplanta / muy difícil de llenar.
Cuando un hijo se nos va / nada distrae ese dolor / un poco de alma se muere / pero sigue en nuestra mente / albergando el corazón. / Su ausencia nos cambia todo / hasta la forma de actuar / la vida pierde un sendero / muy duro de retomar”.
Amigo lector, muchos sentimientos encontrados al tener que despedir a un hijo (a) que ha decidido probar suerte fuera de nuestras fronteras porque sencillamente siente que nuestro país no le garantiza ningún futuro.
Resulta difícil entender entonces que “lo que es mejor para ellos” no es necesariamente “lo mejor para nosotros”, porque su partida no estaba en nuestros planes, porque en esos últimos días solo hubo tiempo para apoyarlos, porque no tuvimos tiempo de hablar de sentimientos… De la angustia a perder el vínculo con ellos, del miedo a la soledad, de la furia que sentimos porque todo parece jugar en contra del proyecto familiar, de la vergüenza que nos agobia por no haber podido devolverle el país bueno en el que crecimos.
¿Cómo evitar que tras su partida su sonrisa abarrote nuestra mente, su mirada nos encuentre en cualquier lado y su ternura pasada se convierta en caricia permanente en nuestra piel?
¿Cómo asimilar que la alegría esperanzadora por el posible mejor futuro choque con la tristeza por la distancia y la pérdida del contacto permanente?
Pero tampoco es tiempo para culpas y reproches, sino para soñar con el reencuentro, porque a fin de cuentas, todos sabemos que nuestras grandes razones para vivir son nuestros hijos, ellos son la sonrisa, la alegría, la esperanza, las ilusiones y los sueños. Por lo tanto, su ausencia propicia que el mundo se nos venga encima, que la pena nos cercene los sentidos, y que nuestro ánimo decaiga hasta niveles desconocidos. Pero también entendemos que la vida continúa, que ellos deben labrar su propio camino, que deben aprovechar las oportunidades, y por supuesto, deben avanzar a través de ellas.
Porque así es la vida. Llena de tantas cosas… De melancolía, de efusividad, de momentos gratos, de iniquidad… Pero sin lugar a dudas, los momentos más complicados son aquellos donde decimos adiós porque despedirse no es fácil, sobre todo cuando la persona que se va significa tanto.
Recuerdo entonces lo aseverado por el autor inglés Charles Dickens:
“El dolor de la separación no es nada comparado con la alegría de reunirse de nuevo” Porque aunque separarte de alguien que quieres es ciertamente doloroso, cuando vuelves a verla la alegría es tan inmensa que a los pocos minutos del reencuentro parece que no ha pasado el tiempo.
Finalmente, en tu ausencia, mi vida se seguirá llenando de esperanza, de confianza, de certidumbre, de creencia, de promesa, de ilusión, y de optimismo, porque sé que muy pronto volveré a abrazarte.
Me despido con lo que dijera el poeta latino Miguel Hernández:
“Entre las flores te fuiste. Entre las flores me quedo” querida hija Janín.
Así de simple
Comments