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El inicio no es nada fácil.

  • Foto del escritor: Janin Ricoveri
    Janin Ricoveri
  • 10 jul 2019
  • 3 Min. de lectura

Si, el inicio no es nada fácil. La realidad es muy diferente a la que muchos imaginamos. Vivir en Perú se convirtió en todo un proceso de adaptación, sobre todo en nuestro primer mes. Ya saben... Un país nuevo donde no sabemos qué comer, como hablar con los propios del lugar, como vestirnos, como comportarnos para evitar el ridículo, pero sobretodo como cerrar un negocio. En fin, fueron miles de dudas la que nos invadieron desde el 1er día, justo en el momento que pisamos territorio desconocido. La verdad es que nadie nos entrenó para esto, simplemente nos ‘lanzamos’ y ya.


El primer mes se convirtió en toda una aventura. Quizás piensen que es una aseveración inmadura, pero empecemos con el hecho de que vivía sola con mis dos amigas y eso de alguna manera es como un sueño ¿No?... Al no tener que pasar por el filtro paternal, me sentía con el derecho de hacer lo que quisiera, y no había soledad que me afectara.

Para Elena y Andrea estar en Perú era como “el estar de vacaciones”, y aunque yo no lo percibía igual, nunca faltaba un comentario de mi parte en el estilo de: “En este viaje quiero hacer ‘tal cosa’” o “En éste viaje me he acordado mucho de mi abuela” … ¿Ya ven? De alguna manera mi subconsciente lo veía también como un viaje. Un mes después de estar en Perú nos percatamos que éste “viaje” podría no tener fin, pues luego de 1 año y 5 meses después, la estadía nos seguía sorprendiendo.


Recuerdo que al ir por primera vez a un supermercado me sorprendió la cantidad de productos en todas las marcas que podíamos encontrar. Veníamos de un país donde los anaqueles de los súper estaban cada vez más vacíos, así que imagínense nuestra sorpresa al ver tanta abundancia. De esta manera, con la novedad del asunto, fue como llegamos a comprar productos realmente innecesarios, cosas que sólo fomentaban nuestra mala alimentación, pero ¿saben qué? eso no nos importó. Y aprovecho el tema gastronómico para mencionar que también vivíamos al día con la economía, y por fallas monetarias llegamos a tener más de 2 semanas desayunando sólo pan con jamonada y cenando salchipapas todas las noches.


Lógicamente llegamos con la intención de ahorrar como muchos inmigrantes, pero fue lo menos que hicimos desde el inicio. Plata que cobrábamos, plata que gastábamos, ya que nos alcanzaba para cualquier cosa que deseáramos ya que era un privilegio que habíamos dejamos de disfrutar en Venezuela con el pasar de los años. Sin mencionar que salíamos casi todos los fines de semana.


Algo por lo que sufríamos también era que siempre teníamos sencillo en el bolsillo y eso es lo peor que puedes hacer en éste país, porque caminando por la calle se te atraviesa cada antojo, comida o dulce con el precio de 1.00 s/. así que cuando nos dábamos cuenta nos quedaban 0.00 céntimos en los bolsillos. Así fue como entendimos la frase “Un sol es un sol”.


Esto que les cuento, es porque quiero que conozcan nuestra experiencia. Es muy normal que a cualquiera le pase esta “emoción monetaria”, por así decirlo, al llegar a un país estable económicamente. Hablo por el 95% de todos los venezolanos que estamos en todo el mundo.


Por distintas razones nos fuimos de nuestro país buscando un futuro mejor, y se suponía que ésta economía nos brindaría la manera de ayudar a nuestros familiares en Venezuela y nos facilitaría un "buen vivir" de manera estable. Ya saben, un departamento cómodo, que amueblaríamos poco a poco, entre otras cosas.... Éramos muy soñadoras. Éramos de las que íbamos a tiendas del hogar a imaginarnos como sería nuestra cocina ideal, nuestra sala ideal, los dormitorios ideales y así tendríamos el departamento perfecto.


Me gustaría saber ¿cuántos inmigrantes soñaron igual?




 
 
 

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